La relación que Pepe Carvalho mantiene con los libros es un aspecto de la actitud que adopta hacia la cultura y que tal vez se pueda cifrar en un par de palabras: mestizaje y escepticismo.
Pepe Carvalho es un ser a la vez libresco y cultural; como todo personaje de novela, es una mera construcción de papel, un fantasma hecho de lenguaje. Su creador le ha dotado de una potencia intelectual, de una conciencia autoreflexiva tales que es capaz de percatarse de la irreductible contradicción de la que es portador. Por una parte, la biografía fictiva de Pepe Carvalho se levanta sobre una formación intelectual sólida, que alcanza en la carrera de Filosofía y Letras una notable densidad. Durante esta primera etapa de su vida, así como durante la de la militancia política, paralela en el tiempo, y la siguiente, de agente de la CIA, Carvalho es un lector bulímico e insatisfecho. La serie insiste a cada paso en la ingente cantidad de libros acumulados a lo largo de estos años de formación y guardados en las estanterías de la casa de Vallvidrera (3.500 volúmenes en Tatuaje). Por otra parte, el detective manifiesta en permanencia una percepción crítica, a veces sarcástica, de la esencia cultural de su constitución. Hasta incluso poner en tela de juicio la propia existencia, por ejemplo cuando desconstruye con clarividencia su condición de trasunto de la larga filiación de detectives fílmicos del cine americano.
Quizá una clave del escepticismo cultural de Carvalho sea justamente su condición de mestizo de la cultura. “La cultura popular de Pepe Carvalho está vinculada a los años de su infancia y a los de su adolescencia, subraya Quim Aranda, y […] el personaje recuerda canciones de Conchita Piquer, y también programas de la radio —Las aventuras del inspector Nicols, con Fernando Forga (La soledad del manager), Pepe Iglesias, el Zorro—, cómics de Doc Savage, Pete Rice y Bill Barnes, el justiciero del espacio […]. El mestizaje cultural es constante en Carvalho, y la mezcla de unos y otros elementos [los cultos y los populares] es mucho más significativa que la presencia de éstos" (Quim Aranda, Raíces culturales en la serie Carvalho, Epílogo de Tatuaje, edición conmemorativa del 25° aniversario, Planeta, 1997). De ahí un rechazo constante de la cultura culta y una adhesión implícita a formas culturales populares. O en otras palabras, un rechazo constante de varios aspectos de su condición de adulto y una adhesión implícita a la edad dorada de la infancia.
El ritual iconoclasta de la cremación del libro es indicio de la contradicción carvalhiana. Quema libros porque los posee. Los selecciona a veces desde criterios que lo rebasan por completo y remiten más directamente a su genitor. Quemar España como problema, de Laín Entralgo, es una forma de protesta contra la metafísica del ser nacional que florece después de la guerra civil, y salvar los poemas de García Lorca una manera de decir que no hace falta ensañarse contra un poeta al que ya mató el franquismo, explica Manuel Vázquez Montalbán (Geometrías de la memoria, Zoela, 2003). Y condenar la obra de Gil de Biedma a la hoguera es una manifestación de esos amores que matan, una declaración sarcástica de fidelidad. Carvalho sin duda sabe estar atento a este tipo de semántica, y seguro que cuando examina la biblioteca de Santos Pacheco en Asesinato en el Comité Central, o la del hijo Conesal en El premio, es capaz de proceder in petto a un verdadero análisis de contenido, y de deslindar el significado del mensaje que entraña cada título.
El ritual tiene lugar en la casa privada de Vallvidrera, que también alberga las más veces el de la cocina. Ambos tienen un punto común: el recurso al fuego, que purifica y metamorfosea. El arte culinario es un acto de magia. La biblioclastía linda más con los oscuros ámbitos de la brujería. Carvalho quema libros prestigiosos o pretenciosos, condenando a ser ceniza los objetos que lo han apartado de la vida. Ya no cree en la adecuación de las palabras “a la realidad y a la vida” (La Rosa de Alejandría), se subleva contra la pretensión de la literatura de dictar los comportamientos humanos, se rebela contra sus verdades inútiles o insuficientes, denuncia la inviabilidad de un proyecto político, el de la emancipación del género humano, heredado de las luces y fundado en una confianza en la razón y el progreso, es decir en los contenidos de la cultura libresca. Leer, en definitiva, después de Praga, del Vietnam, de la caída del muro, de las guerras del Golfo, tiene cada vez menos sentido.
De ahí quizá, otros valores del ritual. Uno se deduce de la inmolación del Quijote, “una obra a la que guardaba una vieja manía sintiendo un deleite previo por el simple hecho de ir a sacrificarla, y el único reparo, facilmente superable, eran las ilustraciones que acompañaban las aventuras de aquel imbécil” (Tatuaje). Ya no se puede creer en la novela de aventuras, caballerescas o no, y Carvalho, quemando el papel impreso, condena el papel actancial de su doble opuesto. Lector voraz, Don Quijote reproduce los modelos librescos y se muestra poco sensato y clarividente frente a las trampas irracionales de la literatura. Carvalho, al contrario, renuncia al vicio infecundo de la lectura, manteniéndose a salvo de cualquier exceso de inversión personal, quijotesca, en los conflictos que debe afrontar cualquier hombre, desde su “condición de animal histórico”.
Uno de estos conflictos, inevitable, es el que plantea la condición mortal y con ella se puede vincular, sin duda, otro valor del ritual iconoclasta. Carvalho es un héroe que envejece, detalle al que debe parte de su verosimilitud como personaje literario, protagonista de una novela crónica asumida desde una escritura sumamente referencial. Animal histórico, es decir sometido al curso del tiempo y a la degradación que supone. Cuando Carvalho quema sus libros, lo hace con plena conciencia de las posibilidades combustibles que le ofrece su biblioteca: “Le quedaban unos dos mil volúmenes: a libro diario tenía para unos seis años” (Los mares del sur). Quemar los libros significa quemar metafóricamente su vida día tras otro, agotar poco a poco las posibilidades de la duración.
Metáfora de la consunción temporal de un personaje de papel, la biblioclastía en definitiva coloca a Pepe Carvalho frente al angustiado espectáculo de su propio destino: envejecer como ser referencial, morir como ser literario. Quizá este asesinato programado y progresivo sea el crimen más perverso de los escenificados por Manuel Vázquez Montalbán.
Georges Tyras, traductor al francès d’obres de Manuel Vázquez Montalbán, professor de literatura espanyola contemporània i vicepresident de relacions internacionals de la Universitat Stendhal de Grenoble. França
Georges Tyras, traductor al francès d’obres de Manuel Vázquez Montalbán, professor de literatura espanyola contemporània i vicepresident de relacions internacionals de la Universitat Stendhal de Grenoble. França
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