25 de juny del 2009

Quién fuera Carvalho. Carlo Andreoli



Carvalho siempre dice que él quema libros porque la cultura no le ha enseñado a vivir, sino que ha actuado como un filtro entre la provocación de la realidad y la respuesta, mientras que si no hubiese leído tanto tendría mayor capacidad para dar esa respuesta. Una boutade propia de un cínico apóstata. En una reciente entrevista afirmaba Vázquez Montalbán que Carvalho quemaría cualquier libro, por ejemplo el de Carmen Alborch, Solas, que él acababa de presentar. Carvalho puede permitirse esa conducta y su escritor se aprovecha de ello para bromas (por ejemplo, quema Tatuaje en Historias de política ficción), venganzas (Ensayos sobre Heine de Manuel Sacristán lo quema en La soledad del manager junto a La crítica de la razón dialéctica de Lefèvbre y Así se templó el acero de Ostrovski; qué forma tan sutil de llamar a alguien estalinista) o incluso homenajes, cuando indulta Poeta en Nueva York en Asesinato en el Comité Central, o cuando en La soledad del manager hace leer a un bedel La realidad y el deseo de Luis Cernuda, ante la mirada atónita del detective.
La relación de Carvalho con los libros es un expediente literario de Vázquez Montalbán que los enfermos de carvalhismo quizá nos tomemos demasiado en serio, elevando a categoría la cremación y dejando de lado el significado de cada quema, que es a menudo muy anecdótico.
Y es que, digámoslo de una buena vez: ¿quién no ha comprado alguna vez un mal libro, convencido de estar escogiendo bien? Cualquiera compra una novela de un autor que desconoce y la deja de lado tras haber leído pocas páginas, y ése es uno de los casos posibles. Pero hay veces en que la diferencia entre expectativas y resultados es abismal y el lector se siente con derecho a darle la culpa a alguien que no sea él mismo. En definitiva: ¿quién no ha tenido alguna vez ganas de quemar un libro? A mí me pasó con un ensayo, Pudor sexual y desnudez, donde pensaba leer secretos que me ayudarían a salir de la adolescencia. No fue así, y desde entonces me prometo continuamente que un día lo quemaré.
Quién fuera Carvalho. Él dispone de chimenea y la tiene encendida incluso en verano. Eso facilita mucho las cosas. Y también las facilita tener facilidad para relajar los esfínteres morales.
Hoy en día al comprador de libros le guía una voluntad estética, la de adornar una habitación o, con menor frecuencia, tiene un edificio cultural y ético en lo que se suele llamar alma, que le impedirá, por malo que sea el libro, rebajarse a quemarlo, quizá por miedo a que el recuerdo de ese acto se le presente para siempre en sueños y alguien le oiga cuando despierte gritando "¡Soy un nazi!".
La pedagogía tiene todavía horizontes inexplorados. Por ejemplo, todavía no sabemos cómo evitar que nuestras hijas caigan en la anorexia. Pero en nuestra cultura ha arraigado que quemar libros es improcedente en todos los casos. Más de una vez he visto a padres que mandan a sus hijos sacar de la hoguera de la verbena de San Juan las libretas y libros del año escolar recién concluido.
Carvalho infringe este tabú y nos fascina, como a los enfermos de carvalhismo nos fascina también que cocine. Otro guiño al lector, que el escritor afirma ser "una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita": si matas a una bestia y te la comes cruda en el acto, eres un salvaje. "Ahora bien, si marinamos a la bestia para cocinarla posteriormente con la ayuda de hierbas aromáticas de Provenza y un vaso de vino rancio, entonces hemos realizado una exquisita operación cultural, igualmente fundamentada en la brutalidad y la muerte" (prólogo de Las recetas de Carvalho).
Quién fuera Carvalho. Él cocina, quema libros, coloca en su lugar a poderosos y está del lado de los perdedores. Yo también quería ser así, hasta que mi padre me mandó quitar mis libretas de la hoguera de la verbena de San Juan.

Carlo Andreoli, webmaster de vespito.net i de la pàgina web oficiosa sobre Manuel Vázquez Montalbán <
http://www.vespito.net/mvm>. Sitges

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